21 mar 2010

Mujer y campo

La UNESCO determinó en el año 1982 que:
El patrimonio cultural de un pueblo comprende las obras de sus artistas, arquitectos, músicos, escritores y sabios, así como las creaciones anónimas, surgidas del alma popular, y el conjunto de valores que dan sentido a la vida, es decir, las obras materiales y no materiales que expresan la creatividad de ese pueblo; la lengua, los ritos, las creencias, los lugares y monumentos históricos, la literatura, las obras de arte y los archivos y bibliotecas.
Los bienes que conforman el patrimonio de un pueblo deben ser, por lo tanto, protegidos y conservados como expresión de una cultura propia.
Es indudable la presencia de recursos jurídicos y administrativos suficientes en el Principado de Asturias para garantizar la protección de nuestro patrimonio. La Ley del Principado de Asturias 1/2001, de 6 de marzo de Patrimonio Cultural parte de la concepción de bien cultural, entendido como el testimonio de las formas, materiales e inmateriales, que una comunidad, en este caso la asturiana, ha tenido y tiene de relacionarse con el medio y entre sí. En este sentido, es muy amplia la tipología de bienes susceptibles de pasar a contar con protección patrimonial en Asturias, entre ellos las manifestaciones lingüísticas, las costumbres, las expresiones artísticas de tradición oral, entre otros. Ahora bien, para que se pueda proceder a la protección de dichos bienes, es necesario que antes sean detectados y conocidos.

Bajo el título Mujer y campo en el concejo de Gijón, este equipo multidisciplinar integrado por cuatro mujeres trabajadoras, universitarias, y vinculadas esencialmente al ámbito urbano pretenden poner la atención sobre una realidad que les resulta de interés y que puede convertirse en un objeto apasionante de investigación y reflexión sociológica, y que está poco o nada estudiado: la vida de la mujer trabajadora ligada al ámbito rural.
Estas páginas pretenden ser el anteproyecto de un trabajo más ambicioso que desea involucrar no sólo a los organismos oficiales, sino a asociaciones, vocalías, y a la ciudadanía en general, de nuestro concejo en la investigación, la conservación y la difusión de este patrimonio que es de todos y que está en vías de retroceso, cuando no de extinción, dependiendo de las zonas.

Somos conscientes de que a lo largo de los últimos años han proliferado en España y en Asturias, en particular, interesantes estudios relacionados con la mujer y su relevancia tanto en el ámbito familiar como laboral. Para el caso asturiano cabe hacer mención al artículo de “Mujer y medio rural en Asturias (siglo XX)”, del profesor del Departamento de Geografía de la Universidad Autónoma de Madrid, Francisco Feo Parrondo; y los libros de Montserrat Garnacho: Muyeres con oficiu o Donde la culebra canta, el de Lucía Fandos Rodríguez La mujer trabajadora en Gozón (1750-1960), así como los de la colección Alternativas de la editorial KRK. De esta editorial es la obra de Macrino Fernández Riera Mujeres de Gijón (1898-1941) y también de Gijón y las mujeres trabajadoras trata en profundidad el libro de Luis Arias González y Ángel Mato Díaz Liadoras, cigarreras y pitilleras: La fábrica de Tabacos de Gijón (1837-2002). A este amplio listado se han de añadir las publicaciones auspiciadas por organismos públicos como el Instituto Asturiano de la Mujer, entre otras.Para el caso de la mujer rural en dichos estudios se perciben ciertas deficiencias de las fuentes, ya que en ellos no queda reflejado ni el trabajo real de las mujeres en el mantenimiento de las explotaciones agropecuarias ni la importancia numérica de éstas, como integrantes que son de la población agrícola y que trabajan en el campo compartiendo tareas con los hombres, por declararse éstas ocupadas en «sus labores» y no trabajadoras agrícolas. Ni tampoco se detienen en ahondar en la vida de las protagonistas.Este estudio que presentamos se centra en el concejo de Gijón y alguna de sus parroquias rurales. De los 181 km2 que ocupa el municipio, más del noventa por ciento de su superficie pertenece a la zona rural. Sus parroquias han visto a lo largo del siglo pasado cómo su población ha ido fluctuando constantemente para en las últimas décadas del siglo pasado estabilizarse, en algunos casos, y en otros, en aquéllas que están más alejadas del centro urbano, de las industrias o de los principales accesos, a presentar un descenso considerable en el número de habitantes. Lo verdaderamente preocupante es que estamos ante una población envejecida, que no recibe nuevos aportes de población más joven que dinamice la vida en dichos territorios. El presente anteproyecto ha centrado su estudio en tres parroquias rurales: la Santa Cruz de Jove/Xobe por ser la parroquia que más transformaciones está viviendo en los últimos lustros y estar de hecho integrada en la ciudad; la de San Juan Bautista de Cenero/L’Abadía que es la de mayor superficie del municipio y conserva en la actualidad parte del estilo de vida agrícola y ganadero; y la de San Martín de Huerces/Samartín de Güerces, por localizarse en ella la mina de La Camocha, que la convierte en un importante ejemplo de la industrialización gijonesa en tiempos pasados.

En este trabajo se recopilan situaciones concretas, temporal y espacialmente, de algunas mujeres gijonesas del medio rural, que viven en las parroquias antes citadas. A través de las entrevista personales que hemos realizado a estas mujeres pudimos comprobar en su relato, aunque de manera algo superficial, que su mundo está cambiando, sus condiciones de vida laboral y de mentalidad, ya no son las mismas que hace medio siglo atrás. En estos procesos de cambios a los que hemos hecho mención antes, la cuestión de género es básica. Los protagonistas de estos cambios acelerados dentro de las comunidades rurales son las familias. La familia es el centro de la vida económica y social, pero también la familia es una entidad basada en el sexo, su estructura descansa en las categorías de género.
El predominio de las pequeñas explotaciones ha obligado casi desde siempre a todos los miembros integrantes de la familia a emplear sus fuerzas. Las mujeres además de ocuparse de las labores domésticas contribuían y en algunos casos, contribuyen al trabajo de las tierras en una proporción semejante a la de los hombres. La presencia de la mujer tanto en el ámbito laboral como en el doméstico era y es una necesidad admitida por la costumbre.

Con estas entrevistas-conversación que presentamos, grabadas y luego elaboradas, nos habíamos tomado la tarea de tornar visible la «invisibilidad» del trabajo de la mujer en nuestro campo, en la explotación agraria familiar. La entrevista, sin ser en profundidad, con una duración que va de una hora a dos como máximo, consideramos que puede ser el método de análisis más adecuado para obtener un tipo de información que las estadísticas publicadas no pueden manifestar: opiniones, sentimientos, valoraciones,… de la vida de estas mujeres y de sus trabajos diarios. Apoyamos el empleo del término «trabajos» para este caso que nos ocupa, la mujer trabajadora en el ámbito rural, puesto que la mujer junto con el trabajo productivo, realiza también el reproductivo. La mujer con frecuencia debe cumplir como dice Solsona (1989:153) un doble papel: como ama de casa y como trabajadora: lo cual supone la presencia de restricciones espacio-temporales que condicionarán su vinculación al ámbito laboral. Las mujeres rurales frente a las urbanas trabajan para la familia y en la familia a su vez.

La totalidad de las mujeres entrevistadas nacieron en el ámbito rural y en él siguen viviendo. Desde edad muy temprana desempeñaron cuantas labores les eran asignadas por sus progenitores en el ámbito familiar: cuidar de los miembros de la familia: los más pequeños, los enfermos o los impedidos; mantener la casa, acarrear agua, cuidar del ganado, trabajar las tierras, vender los productos obtenidos, …y más tarde, cuando contraían matrimonio las continuaron realizando y a día de hoy, a pesar de sus avanzadas edades, algunas con poca salud, viudas o con cargas familiares, siguen vinculadas al trabajo del hogar y al del campo.
Estas mujeres, sus familias, y la sociedad rural en la que han vivido empezaron desde los comienzos de la década de 1970 un proceso de cambio muy acelerado e irreversible a medida que se fueron abriendo a la sociedad urbana. Son cambios que afectan más en el plano de las variables tecnológicas, tecnoeconómicas, orientación de la producción, etc., que a las estructuras sociales y, sobre todo, ideológicas.
Las entrevistadas reconocen que su nivel económico en nuestros días ha mejorado notablemente de tal manera que su vida es más cómoda y disfrutan de una calidad de vida muy superior a la pasada. La tecnología agrícola-ganadera (tractores, segadoras, catadoras,…) y la doméstica, sobre todo, la lavadora, las ha liberado de la esclavitud pasada. Son mujeres que aunque poco tiempo han pasado en la escuela, saben leer y escribir, y son conscientes de la importancia que la sociedad da a las personas instruidas de ahí que se hayan esforzado porque sus hijos tuviesen una formación académica más amplia de las que ellas recibieron, llegando incluso a enfrentarse ante la negativa de sus maridos y demás familia. Con cierta añoranza recuerdan los tiempos pasados, sobre todo la niñez y la juventud, que tildan de «tiempos felices»» pues vivían en inocencia y se conformaban con lo poco que tenían, que lo sabían compartir. La familia es su bien más preciado de ahí que en momentos económicos difíciles ellas hayan tomado a su cargo a sus hijos y a las familias de éstos. Esta entrega sin condiciones hace que en nuestros días, estas mujeres, viejas, achacosas e impedidas sean cuidadas en el ámbito familiar. Y algunas incluso hayan sido merecedoras de homenajes públicos por parte de sus vecinos y autoridades locales.